Ayer mientras recogía los pequeños regueros dejados en casa, me puso a meditar en algo que muchas veces hacemos varias veces al día y muchas veces ni nos damos cuenta. ¿De qué les estoy hablando? De la queja. En algún momento de nuestras vidas, sale esa pequeña oración o frase de nuestros labios cuando no vemos los resultamos que esperamos. Y esto nos sucede con mayor frecuencia a nosotras las madres. Entre las responsabilidades de mantener la casa limpia, el hacer las asignaciones con los chicos y cuidar de nuestra familia, esa pequeña frase se escapa de nuestros labios. Y lo particular de ella es, que cuanto más la decimos, nuestros ánimos se van cargando de coraje, frustración y desánimo.
Les confieso que esto me pasó ayer. Pero en el silencio y la tranquilidad de la noche hice un recuento de mi día y medité sobre ello.... ¿Sabes a la conclusión que llegue? Y lo bello del asunto es que lo sabía desde un principio.... ¡La bendición la tengo yo! ¡El privilegio lo tengo yo! ¡La satisfacción la tengo yo!
- De poder fregar y saber que el Señor me dio el pan de cada día (Mateo 6:11).
- De poder lavar/doblar la ropa y saber que el Señor suple todas mis necesidades (Filipenses 4:19)
- De poder acostar a mi hija en su cama y tener la certeza de que no tendrá temor y de que sus sueños serán gratos (Proverbios 3:24).
- De poder estudiar/hacer asignaciones con mi hija y saber que a través de estas enseñanzas el Señor le mostrará el camino que debe escoger para ver sus maravillas (Salmo 25.12, Salmo 71:17).
- De poder corregir a mi hija y tener la convicción de que gracias a esto, el Señor cuidará sus pasos, la sostendrá de su mano derecha y la ayudará (Isaías 41.13).
Que más te puedo decir.... Hagamos el esfuerzo para que de nuestros labios cambiemos nuestras quejas en agradecimiento por cada bendición dada por Dios.
Bendecidos!
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